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Camino
al Museo Egipcio de El Cairo, pregunto al guía por Zahi Hawass, tal vez, el más
mediático de los egiptólogos. Me dice que ya no es el director, pero que sigue
en la institución en otras labores. El museo fue inaugurado en 1902 en la plaza de la Liberación o plaza Tahrir,
foro de muchos acontecimientos políticos.
2
Las
más de cien mil piezas del museo abarcan todos los periodos e imperios de la historia de Egipto. Los
objetos también reflejan la influencia de las culturas griega y romana.
3
Apenas
entramos, vemos un busto de Jean-François Champollion (1790-1832), fundador de
la egiptología, por haber descifrado la escritura jeroglífica, lo que logró al
estudiar la Piedra de Rosetta. Champollion es uno de esos personajes admirables por su dedicación a tiempo
completo a la investigación científica.
Superó una serie de contratiempos familiares, la pobreza y la depresión,
convencido de que solo triunfan los que tiene fe.
Christian Jack inicia su hermoso libro “El antiguo
Egipto, día a día” (1985) con estas palabras alusivas a Champollion:
Luxor, noviembre de 1828
Un hombre se detiene ante la entrada del templo de
Karnak. Levanta los ojos hacia lo alto de los pilonos, pasa largos minutos recuperando
el aliento, muy conmovido, y se decide por fin a penetrar en el primer gran
patio al aire libre. Su mirada va de piedra en piedra descubriendo el maravilloso
mundo que había soñado. Con paso rápido, camina hasta la sala hipóstila, bosque
de columnas donde el misterio de los dioses, presentes aún, se impone
al visitante. Jean-François Champolion ha llegado por fin a su patria espiritual, el Egipto
faraónico. Sabio, inmenso, genio que ha comenzado a desentrañar el secreto de
los jeroglíficos, fue calumniado, combatido. Su existencia fue una larga
sucesión de sufrimientos y dificultades. Nunca, sin embargo, dejó de trabajar con formidable
energía a pesar de una muy frágil salud. Nunca se apartó del eje que daba
sentido a su vi da: hacer que hablara de nuevo la civilización egipcia, muda
durante muchos siglos. Muda porque no se sabía ya leer su mensaje inscrito en
las paredes de los templos y las tumbas, los papiros, las estatuas, los
sarcófagos.
[Piedra
Rosetta. Museo Británico]
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