LA PASIÓN POR EGIPTO
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PALABRAS LIMINARES
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En sexto grado de
primaria, en el Grupo Escolar Monseñor Rodríguez Álvarez, allá en Las Mercedes
del Llano, escuché por primera vez sobre la civilización egipcia. En las clases
de Historia Universal (si, el la escuela inicial existía esa asignatura) la
maestra Dalila nos habló de los faraones, del Nilo y de la flor de loto como
símbolo de uno de los reinos antiguos de Egipto. Debíamos sabernos de memoria los
nombres de las pirámides más importantes. Las recuerdo así: Keops, Kefrén y
Mikerinos.
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Mi padre tenía
unos libros sobre los rosacruces, una organización mística secreta. Recibía esa
literatura de Estados Unidos. Una vez revisé ese material donde se encontraban
unos dibujos de figuras egipcias y se hablaba de Menfis.
3
En aquella época,
finalizando la primaria, se publicó un álbum de historia universal que había
que rellenar con unas estampitas o cromos. Estas acuarelas abarcaban todas las
épocas históricas. Empezaba con una pintura del un viejito de barba larga con
un báculo, al pie de la cual decía: Dios creó al mundo de la nada. Luego venían
las estampitas de los pueblos antiguos. Egipto aparecía en varios cuadros con
pirámides, momias y palmeras que ahora entiendo que eran de dátiles.
La maestra
permitía que en la clase intercambiáramos las estampitas repetidas. Era una
manera amena de aprender historia.
4
En segundo año de
bachillerato veíamos una asignatura llamada “Educación artística”. La dictaba
Heleno Toledo, un viejo profesor canario que recomendaba
libros, fumaba pipa en el salón, cuyas bocanadas achocolataban el
ambiente, y en los recreos me invitaba al ajedrez, que cargaba siempre en su
maletín de cuero desvaído, con figuras de soldados medievales. Toledo hablaba
sobre un tema y luego nos daba la tarea de ese día: dibujar del libro alguna
pintura, escultura o monumento arquitectónico. En la clase sobre Egipto me
correspondió dibujar a un escribano.
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