[4] LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER.
I
En
“La historia empieza en Sumer (1958) de Samuel Noah Kramer, historiador y
especialista en lenguas antiguas, se relatan muchas historias y crónicas. Los
escribas de Sumer son considerados los primeros historiógrafos . Escribieron
sobre la delincuencia juvenil y el primer caso de un estudiante muy flojo que
compra las calificaciones a su maestro, por ejemplo, pero también de eventos de mayor fuste como la
primera farmacopea, la primera escuela y el origen de los textos bíblicos
inspirados en los mitos mesopotámicos: el primer Moisés, el primer Noe y el Diluvio
Universal, la torre de Babel, el primer Job, el primer caso de resurrección, los
sacrificios de corderos para expiar enfermedades y pecados (¡Cordero de Dios
que quitas el pecado del mundo!), etc.
II
La
historia surge de mano de los dioses y se queda estática, sin cambios. El
cronista sumerio ve su ciudad y piensa que siempre ha sido la misma. Los hechos
reales se mezclan con los fabulosos. Los relatos no tienen metodología ni
coherencia. Los hebreos y los griegos ya relataban historias completas. Las
estatuas, piedras y tablillas tienen cortas alusiones, claramente históricas.
También los acontecimientos políticos y las guerras son narrados como las
historias reales que fueron.
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El
sumerio considera los acontecimientos históricos como si surgieran
espontáneamente, ya listos y completos, de repente, sobre el escenario del
mundo, y cree, por ejemplo, que su propio país, ese país que ve sembrado de
ciudades y de Estados prósperos, de aldeas y de granjas, enriquecido con todo
un perfeccionado aparato de técnicas y de instituciones políticas, religiosas y
económicas, fue siempre el mismo desde el origen de los tiempos, es decir,
desde el momento en que los dioses hubieron proyectado y decretado que así sería.
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Sin
duda, jamás entró en la mente de los más sagaces entre los sabios de Sumer que
su país en otro tiempo había sido una tierra cubierta de marismas, inhóspita y
desolada, con algún que otro caserío miserable esparcido por el marjal, y que
no se había transformado en lo que era más que con el transcurso de los siglos,
de generación en generación, después de pagar el precio de luchas y de esfuerzos
incesantes, gracias a la perseverante voluntad de los hombres, y luego de haber
realizado incontables pruebas y ensayos, seguidos de un verdadero cortejo de
inventos y descubrimientos.
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Y,
volviendo a la historia, podemos decir que, en las complicaciones de los historiógrafos
adscritos a los Templos y a los Palacios, no se ve nada que se parezca ni de
lejos a una historia coherente, metódica y completa.
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De
todos modos, resulta sorprendente que no se pueda encontrar nada en Sumer que se
asemeje al tipo de obras históricas tan extendidas entre hebreos y griegos.
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Los
sumerios crearon y cultivaron numerosos géneros literarios: mitos y cuentos
épicos, himnos y lamentaciones, ensayos y proverbios, y aquí, allá y acullá,
especialmente en las epopeyas.
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Pero no existe un género literario que pueda
considerarse como propiamente histórico. Los únicos documentos que se aproximan
algo a ello son las inscripciones votivas de las estatuas, de las estelas, de
los conos, de los cilindros, de las vasijas y de las tabletas, y aun éstas son
brevísimas y están influenciadas netamente por el deseo de propiciarse las
divinidades. En general, los hechos que relatan son hechos contemporáneos y
aislados. Sin embargo, algunas de estas inscripciones se refieren a acontecimientos
anteriores y revelan un sentido del detalle histórico que en esta época lejana (alrededor
del año 2400 a. de J. C.) no tiene equivalente en la literatura universal.
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Todos
esos «historiadores» primitivos, al menos todos los que han llegado a nuestro conocimiento,
vivían en Lagash, ciudad meridional de Sumer que representó durante más de un siglo,
hacia la mitad del tercer milenio, un papel político y militar preponderante. Pues
bien, lo que nos restituyen los historiógrafos de Lagash es la historia
política o, mejor dicho, la sucesión de acontecimientos políticos de este
período, desde el reino de Ur-Nanshe hasta el de Urukagina. Sus relaciones son
para nosotros tanto más preciosas cuanto que, a lo que parece, esos personajes
eran los archiveros adscritos al Palacio y al Templo y habían de tener acceso a
informes de primera mano sobre los sucesos que nos describen.
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Entre
estos relatos hay uno, especialmente, que se distingue por la abundancia del detalle
y la claridad de la exposición. Es obra de uno de los archiveros de Entemena y
relata la restauración del foso que formaba la frontera entre los territorios
de Lagash y de Umma, destruido en el curso de una guerra anterior entre ambas
ciudades. El escriba, preocupado por exponer y describir la perspectiva en la
que se inscribe el acontecimiento, ha juzgado necesario evocar el fondo
político de la cuestión. Sin extenderse demasiado, como ya puede suponerse, nos
informa de ciertos episodios notables de la lucha entre Lagash y Umma,
remontándose a la época más lejana sobre la que posee informes, es decir, la
correspondiente al reinado de Mesilim, rey de Kish y soberano de Sumer, hacia
el año 2600a. de J. C.
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De
ahí el estilo literario originalísimo de esta historia donde se entremezclan inextricablemente
las hazañas de los hombres y de los dioses De ahí también la dificultad con que
nos encontramos de poder separar los acontecimientos históricos reales de su
contexto fabuloso. Por consiguiente, el historiador moderno no debe utilizar
esta clase de documentos más que con grandísima prudencia, completando las
indicaciones que le dan y cotejándolas con los datos proporcionados por otra
parte.