SOBRE EL MÉTODO CRÍTICO Y LA
HISTORIOGRAFÍA
Edgardo Rafael
Malaspina Guerra
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El título corresponde al primer capítulo del
libro de Germán Carrera Damas (GCD)“Aviso
a los historiadores críticos” (1995) y constituye un análisis sobre del método crítico
en historia, el cual se erige en lucha constante contra la credulidad, estado
anímico asociado a la superstición y que caracteriza la natural esencia humana.
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El intelectual debe estar alerta para no caer
en el abismo de la credulidad, la cual tiene múltiples formas, pero que en
resumidas cuentas puede clasificarse en credulidad reverente y credulidad
irresponsable. La primera recuerda al ídolo del teatro de Francis Bacon, cuando
una idea es aceptada acríticamente sólo porque proviene de una autoridad en la
materia tratada; mientras que la segunda es la que se nutre del rumor.
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GCD dice que la lucha por reafirmar los
criterios de la verdad ante las creencias aceptadas por el pueblo en general se
inició en los albores de la propia historia y arranca con Heródoto , el padre
de esta ciencia. Es así como Heródoto y también Tácito , ante la falta de
pruebas sobre algunos hechos que narran, dejaron la posibilidad de que el
lector los interpretara a su manera, según sus razonamientos.
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La historiografía venezolana y latinoamericana
no está exenta de la pugnacidad entre verdad y las creencias, y por el
contrario dan muchos ejemplos, los cuales provienen del patriotismo y el
nacionalismo. En particular lo dicho se acentúa en informaciones relacionadas
con la exageración de las atrocidades cometidas por uno de los bandos o en el
abultamiento en la cantidad de soldados que poseían. En este sentido son justas
algunas dudas con respecto al número de prisioneros y muertos en el combate de
Mata de la Miel (1816) aportados por José Antonio Páez. Así mismo puede ser
exagerada la crueldad atribuida a José Tomás Boves.
En Venezuela el rumor es producto de la
desinformación y ha traído serias consecuencias en la arena política. Benito
Pérez Galdós dice a propósito de las murmuraciones : “...Entonces no había
periódicos, y las ideas políticas , así como las noticias , circulaban de viva
voz, desfigurándose entonces más que ahora, porque siempre fue la palabra más
mentirosa que la imprenta”.
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Se ha dicho que para llegar a la verdad es
bueno orientarse por las opiniones de alguna autoridad respetable en la materia
estudiada. No obstante, ante esa autoridad es bueno quitarse el sombrero, pero
no la cabeza, afirmaba Bacon. GCD acota
que el propio José Antonio Páez tuvo la humildad de reconocer la autoridad de
Rafael María Baralt y al mismo tiempo tener la valentía de no estar de acuerdo
con algunos de sus juicios con respecto a hechos de la historia venezolana en
los que participó el Centauro de los Llanos. No todos tenemos esa
predisposición espiritual de sopesar con serenidad y equilibrio el acontecer
que nos rodea y la crítica que genera. Por ejemplo; el general Francisco de
Paula Santander atacó al Libertador recurriendo a la autoridad de Alejandro Humboldt,
quien supuestamente criticó a Bolívar en una conversación privada. Por otro
lado, GCD dice que Francisco Herrera Luque, quien “nunca demasiado preocupados
por los problemas metodológicos” escribió una obra sobre el general Manuel Piar
con documentos que ni siquiera vio. Sin embargo,
es bueno aclarar que Francisco Herrera Luque escribió sus obras en un género
literario denominado historia fabulada, a propósito del
cual una vez escribió en carta a un amigo: “He
escrito una biografía novelada donde es lícito hacer aparecer la imaginación en
grado y medida conveniente. No sé cuándo la publique ni qué méritos literarios
tendrá; lo único que puedo decirle es que no tiene ningún valor científico,
valor que por otra parte jamás he mencionado; de modo que encuentro fuera del
lugar sus argumentaciones y objeciones sobre el particular, de la misma forma
que me sorprende y lastima un tanto, la pobre formación epistemológica que me
atribuye, el recordarme los deberes y caminos que he de acatar y seguir en mis
investigaciones. Si a estas alturas de la vida no conociera yo el valor del
testimonio literario dentro de la antropología o el papel que le podemos
adjudicar a la tradición, no creo que merecería la atención de un hombre como
usted. ¿No le parece?
En
lo que se refiere al tono desdeñoso que capta en mí al referirme a los
“investigadores de archivos y papelotes”, debo aclararle o recordarle que en
sano ensayo de humor, como es el que pretendo practicar en El Nacional, es
lícito reírse de vez en cuando de todo lo solemne y de uno mismo, ya que si hay
algún historiador de archivos y de papelotes ese soy yo, como lo podrá
comprobar usted mismo tanto en la obra que le envié como en esta segunda
edición de Los Viajeros de Indias que le adjunto”,
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También Rufino Blanco Fombona habló de la
cantidad de vidas desaparecidas durante la guerra de independencia sin citar el
método utilizado en sus estadísticas o las fuentes de donde las obtiene. El
problema seguramente vendrá luego cuando otros historiadores invoquen los
números de Rufino Blanco Fombona argumentando su veracidad en la indiscutible
autoridad del escritor. Rafael María Baralt y José Gil Fortoul también hablaron
de números sin fundamentar sus cálculos.
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Las cosas se ponen más difíciles para la
verdad histórica cuando el historiador apoya su tesis nada más y nada menos que
en el propio Dios, como es el caso de los cronistas de Indias: Gonzalo
Fernández Oviedo y Valdez escribió que su pluma la guio Dios.
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Curiosamente
hay otros que quieren imponer su verdad hasta con la violencia: el general
Gregorio Cedeño (1865-1891) dijo que la batalla de La Victoria la ganó él y no
Joaquín Crespo (1841-1898) en estos términos: “… y son testigos diez mil
hombres que se encontraban en La Victoria. Que salga uno de ellos a desmentirme
para clavarle un puñal en el corazón para que sirva de ejemplar a todo traidor
de la verdad”. Esto lo escribió el general Cedeño en 1881, y ese mismo año se volvió loco…
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GCD explica que la necesidad de creer,
asociada a la superstición y a las falacias históricas, es” la esperanza de
respuestas simples, prácticas, seguras, que eximan al espíritu de la torturante
necesidad de replantearse , una y mil veces, las mismas preguntas cargadas de respuestas
infinitas ,que conforman una interrogante única sobre el destino del hombre.”
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Las
palabras de GCD arriba expuesta nos recuerdan a los amigos que, cansados de
indagar el sentido de la vida a través de la ciencia , el arte y la cultura en
general, nos sorprenden un buen día con una sentencia lapidaria, pronunciada
con una Biblia en la mano: “ya encontré la verdad”. Atrás quedaron las
interrogantes incomodas, las noches de insomnio por buscar la razón de nuestra
existencia, y la misión que tenemos , las frustraciones por no encontrar
respuestas o encontrarlas, pero muy complicadas. El médico y escritor ruso
Antón Chejov lo expresó así: “Creer en la inmortalidad del alma es una mentira
que reconforta”.
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Todo lo anterior referido no quiere decir que
la historia debe narrarse sin belleza poética. GCD cita al escritor ruso
Visarión Belinski: “Corresponde a la crítica distinguir entre la verdad y la
mentira, entre lo dudoso y lo cierto; pero la historia que se apoya únicamente
en la crítica histórica y que sólo es impecable desde ese ángulo, podrá ser
fatigosa, seca, muerta…Pues para comprender el significado de los hechos, para
penetrar su lado vivo, es necesaria la intuición poética…”
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Un punto de inflexión importante en la lucha
contra la credulidad y la superstición lo marcó la aparición de la
Enciclopedia, la cual contenía algunos artículos muy críticos en contra de la religión
y las interpretaciones idealistas de la historia. En uno de esos artículos ,
calzado por Denis Diderot, “La autoridad en los discursos y en los escritos”,
se arremete contra la autoridad de esta manera: “…No es el nombre del autor lo
el que debe hacer estimar la obra, es la obra la que debe llevar a hacer
justicia del autor”. “Los grandes hombres sólo sirven para deslumbrar al
pueblo, para engañar a los espíritus reducidos y para la cháchara de los
seudo-sabios. El pueblo, que admira todo lo que no entiende, siempre cree que
el que más habla, y con menos naturalidad, es el más hábil.”
La autoridad, según los enciclopedistas, es un
apoyo, pero nunca debe servir para conducirnos en detrimento de la razón.
Seguir a un autor sin un análisis crítico se asemeja a la situación de
minusvalía por la que atraviesa un ciego que debe seguir a otro.
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Un antídoto contra el empleo abusivo de la
autoridad lo sugirió Jean-Francois Marmontel (1723-1799) cuando aconsejó
recurrir a la crítica , tanto interna como externa. Diderot reforzó el uso
sistemático de la crítica: “En general es necesario que las autoridades estén
en razón inversa a la verosimilitud de los hechos; es decir, tanto más
numerosas y acreditadas cuanto la
verosimilitud sea menor.” Y más adelante agrega: “Los hechos clandestinos,
aunque sean poco maravillosos, casi no merecen ser creídos”. No así los hechos
públicos que cuentan con el reconocimiento de mucha gente”.
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GCD habla de la autoridad religiosa, la cual
se fundamenta en la fe y no acepta la crítica sino como pecado capital. Ilustra
el fenómeno con un hecho curioso: la profetisa Gemaína Wilkinson , quien se
creía la reencarnación de Jesús dijo sus seguidores que caminaría sobre el
agua. Preguntó si todos le creían, y al comprobar que sí, entonces decidió que
no era necesario hacer la demostración milagrosa.
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La credulidad y la superstición en el
continente americano arrancaron con el mismo Colón y los cronistas de Indias.
Pero pensadores como Carlos Mariátegui, Manuel Díaz Rodríguez, y Mariano Picón
Salas alertaron sobre la naturaleza religiosa, fanática y acrítica del cronista
español interesado más en difundir sus creencias para dominar que en dilucidar
objetivamente la nueva realidad americana. Sin embargo, historiadores como José
de Oviedo y Baños cuando se refieren a algunos hechos fantásticos dejan al
lector al posibilidad de discernir los de acuerdo a sus razonamientos.
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Más tarde en Venezuela jugaron importante
papel en la lucha contra la superchería la introducción de libros provenientes
de Europa. Estas obras pertenecían a la pluma de los autores de la
Enciclopedia. Fermín Toro habla de este tema y aprecia como muy positiva la
influencia de los ilustrados franceses. Agrega además que “las únicas
autoridades irrecusables son la verdad y la razón”. En esa misma línea se
inscriben las palabras de Jesús María Portillo pronunciadas en 1883: “… En un
siglo en que nadie tiene derecho a ser creído bajo su palabra de honor, ni a
imponer sus opiniones con el dogmatismo de los pitagóricos, y quien sienta una
proposición tiene que probarla.”
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Enrique
Bernardo Núñez en 1961 afirmó : “…Esencial en la historia es el discernimiento
. De nada vale la documentación más voluminosa si se carece de él. A veces una palabra
basta para dar origen a equívocos, falsas suposiciones o levantar edificios con
bases falsas…” . En 1963 continuó sus pensamientos en el sentido trazado antes:
“Las nuevas generaciones deben estar dotadas de un espíritu crítico siempre
alerta para comprenderla (a la historia)”.
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Luego de evocar muchos ejemplos en donde se
manifiesta la lucha entre la verdad histórica y la superstición junto a la
credulidad, Germán Carrera Damas
propone tres procedimientos básicos para aplicarlos a la crítica
historiográfica y la crítica histórica: la crítica externa, la crítica interna
y la crítica estructural. Además, sugiere nueve prevenciones para orientar el
espíritu crítico:
Primera prevención:
A la obra no historiográfica le está permitido lo que le estaría vedado a la
obra histórica, por cuanto la primera podría estar llena de parajes subjetivos
permitidos.
Segunda prevención:
Saber que el historiador puede tener un compromiso por lo tanto en su obra
historiográfica pudiera enjuiciar al presente.
Tercera prevención:
El crítico debe evitar el influjo de la autoridad respetable del pasado y las
instancias morales.
Cuarta prevención:
El crítico debe recurrir a la cautela a la hora de sopesar una posibilidad histórica
más allá del sentido común.
Quinta prevención:
El crítico debe considerar las posibilidades del oficio y tener en cuenta las
condiciones limitantes.
Sexta prevención:
El historiador debe evitar la búsqueda de hechos historiables, es decir , debe
evitar la cacería de un hecho minúsculo para vanagloriarse de su descubrimiento
porque esta búsqueda puede ofuscar su objetividad.
Séptima prevención:
No se deben combinar los métodos historiográficos y literarios. Cada uno debe
seguir sus propios derroteros.
Octava prevención:
Recurrir a la cita precisa, no evitarlas y , por el contrario, usarla para
reforzar nuestros razonamiento.
Novena prevención:
El historiador debe prepararse anímicamente porque el trabajo de investigar,
escribir y revisar es duro y las fuerzas espirituales a veces pueden fallar.