CRONISTA OFICIAL DE LAS MERCEDES DEL LLANO.

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LAS MERCEDES

martes, 12 de abril de 2022

SOBRE EL MÉTODO CRÍTICO Y LA HISTORIOGRAFÍA

 


 SOBRE EL MÉTODO CRÍTICO Y LA HISTORIOGRAFÍA

 

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

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 El título corresponde al primer capítulo del libro de Germán Carrera Damas  (GCD)“Aviso a los historiadores críticos” (1995) y constituye un análisis sobre del método crítico en historia, el cual se erige en lucha constante contra la credulidad, estado anímico asociado a la superstición y que caracteriza la natural esencia humana.

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 El intelectual debe estar alerta para no caer en el abismo de la credulidad, la cual tiene múltiples formas, pero que en resumidas cuentas puede clasificarse en credulidad reverente y credulidad irresponsable. La primera recuerda al ídolo del teatro de Francis Bacon, cuando una idea es aceptada acríticamente sólo porque proviene de una autoridad en la materia tratada; mientras que la segunda es la que se nutre del rumor.

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 GCD dice que la lucha por reafirmar los criterios de la verdad ante las creencias aceptadas por el pueblo en general se inició en los albores de la propia historia y arranca con Heródoto , el padre de esta ciencia. Es así como Heródoto y también Tácito , ante la falta de pruebas sobre algunos hechos que narran, dejaron la posibilidad de que el lector los interpretara a su manera, según sus razonamientos.

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 La historiografía venezolana y latinoamericana no está exenta de la pugnacidad entre verdad y las creencias, y por el contrario dan muchos ejemplos, los cuales provienen del patriotismo y el nacionalismo. En particular lo dicho se acentúa en informaciones relacionadas con la exageración de las atrocidades cometidas por uno de los bandos o en el abultamiento en la cantidad de soldados que poseían. En este sentido son justas algunas dudas con respecto al número de prisioneros y muertos en el combate de Mata de la Miel (1816) aportados por José Antonio Páez. Así mismo puede ser exagerada la crueldad atribuida a José Tomás Boves.

  En Venezuela el rumor es producto de la desinformación y ha traído serias consecuencias en la arena política. Benito Pérez Galdós dice a propósito de las murmuraciones : “...Entonces no había periódicos, y las ideas políticas , así como las noticias , circulaban de viva voz, desfigurándose entonces más que ahora, porque siempre fue la palabra más mentirosa que la imprenta”.

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 Se ha dicho que para llegar a la verdad es bueno orientarse por las opiniones de alguna autoridad respetable en la materia estudiada. No obstante, ante esa autoridad es bueno quitarse el sombrero, pero no la cabeza, afirmaba Bacon.  GCD acota que el propio José Antonio Páez tuvo la humildad de reconocer la autoridad de Rafael María Baralt y al mismo tiempo tener la valentía de no estar de acuerdo con algunos de sus juicios con respecto a hechos de la historia venezolana en los que participó el Centauro de los Llanos. No todos tenemos esa predisposición espiritual de sopesar con serenidad y equilibrio el acontecer que nos rodea y la crítica que genera. Por ejemplo; el general Francisco de Paula Santander atacó al Libertador recurriendo a la autoridad de Alejandro Humboldt, quien supuestamente criticó a Bolívar en una conversación privada. Por otro lado, GCD dice que Francisco Herrera Luque, quien “nunca demasiado preocupados por los problemas metodológicos” escribió una obra sobre el general Manuel Piar con documentos que ni siquiera vio.  Sin embargo, es bueno aclarar que Francisco Herrera Luque escribió sus obras en un género literario denominado historia fabulada, a propósito del cual una vez escribió en carta a un amigo: “He escrito una biografía novelada donde es lícito hacer aparecer la imaginación en grado y medida conveniente. No sé cuándo la publique ni qué méritos literarios tendrá; lo único que puedo decirle es que no tiene ningún valor científico, valor que por otra parte jamás he mencionado; de modo que encuentro fuera del lugar sus argumentaciones y objeciones sobre el particular, de la misma forma que me sorprende y lastima un tanto, la pobre formación epistemológica que me atribuye, el recordarme los deberes y caminos que he de acatar y seguir en mis investigaciones. Si a estas alturas de la vida no conociera yo el valor del testimonio literario dentro de la antropología o el papel que le podemos adjudicar a la tradición, no creo que merecería la atención de un hombre como usted. ¿No le parece?

En lo que se refiere al tono desdeñoso que capta en mí al referirme a los “investigadores de archivos y papelotes”, debo aclararle o recordarle que en sano ensayo de humor, como es el que pretendo practicar en El Nacional, es lícito reírse de vez en cuando de todo lo solemne y de uno mismo, ya que si hay algún historiador de archivos y de papelotes ese soy yo, como lo podrá comprobar usted mismo tanto en la obra que le envié como en esta segunda edición de Los Viajeros de Indias que le adjunto”,

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 También Rufino Blanco Fombona habló de la cantidad de vidas desaparecidas durante la guerra de independencia sin citar el método utilizado en sus estadísticas o las fuentes de donde las obtiene. El problema seguramente vendrá luego cuando otros historiadores invoquen los números de Rufino Blanco Fombona argumentando su veracidad en la indiscutible autoridad del escritor. Rafael María Baralt y José Gil Fortoul también hablaron de números sin fundamentar sus cálculos.

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 Las cosas se ponen más difíciles para la verdad histórica cuando el historiador apoya su tesis nada más y nada menos que en el propio Dios, como es el caso de los cronistas de Indias: Gonzalo Fernández Oviedo y Valdez escribió que su pluma la guio Dios.

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Curiosamente hay otros que quieren imponer su verdad hasta con la violencia: el general Gregorio Cedeño (1865-1891) dijo que la batalla de La Victoria la ganó él y no Joaquín Crespo (1841-1898) en estos términos: “… y son testigos diez mil hombres que se encontraban en La Victoria. Que salga uno de ellos a desmentirme para clavarle un puñal en el corazón para que sirva de ejemplar a todo traidor de la verdad”. Esto lo escribió el general Cedeño en 1881,  y ese mismo año se volvió loco…

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 GCD explica que la necesidad de creer, asociada a la superstición y a las falacias históricas, es” la esperanza de respuestas simples, prácticas, seguras, que eximan al espíritu de la torturante necesidad de replantearse , una y mil veces, las mismas preguntas cargadas de respuestas infinitas ,que conforman una interrogante única sobre el destino del hombre.”

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Las palabras de GCD arriba expuesta nos recuerdan a los amigos que, cansados de indagar el sentido de la vida a través de la ciencia , el arte y la cultura en general, nos sorprenden un buen día con una sentencia lapidaria, pronunciada con una Biblia en la mano: “ya encontré la verdad”. Atrás quedaron las interrogantes incomodas, las noches de insomnio por buscar la razón de nuestra existencia, y la misión que tenemos , las frustraciones por no encontrar respuestas o encontrarlas, pero muy complicadas. El médico y escritor ruso Antón Chejov lo expresó así: “Creer en la inmortalidad del alma es una mentira que reconforta”.

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 Todo lo anterior referido no quiere decir que la historia debe narrarse sin belleza poética. GCD cita al escritor ruso Visarión Belinski: “Corresponde a la crítica distinguir entre la verdad y la mentira, entre lo dudoso y lo cierto; pero la historia que se apoya únicamente en la crítica histórica y que sólo es impecable desde ese ángulo, podrá ser fatigosa, seca, muerta…Pues para comprender el significado de los hechos, para penetrar su lado vivo, es necesaria la intuición poética…”

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 Un punto de inflexión importante en la lucha contra la credulidad y la superstición lo marcó la aparición de la Enciclopedia, la cual contenía algunos artículos muy críticos en contra de la religión y las interpretaciones idealistas de la historia. En uno de esos artículos , calzado por Denis Diderot, “La autoridad en los discursos y en los escritos”, se arremete contra la autoridad de esta manera: “…No es el nombre del autor lo el que debe hacer estimar la obra, es la obra la que debe llevar a hacer justicia del autor”. “Los grandes hombres sólo sirven para deslumbrar al pueblo, para engañar a los espíritus reducidos y para la cháchara de los seudo-sabios. El pueblo, que admira todo lo que no entiende, siempre cree que el que más habla, y con menos naturalidad, es el más hábil.”

 La autoridad, según los enciclopedistas, es un apoyo, pero nunca debe servir para conducirnos en detrimento de la razón. Seguir a un autor sin un análisis crítico se asemeja a la situación de minusvalía por la que atraviesa un ciego que debe seguir a otro.

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 Un antídoto contra el empleo abusivo de la autoridad lo sugirió Jean-Francois Marmontel (1723-1799) cuando aconsejó recurrir a la crítica , tanto interna como externa. Diderot reforzó el uso sistemático de la crítica: “En general es necesario que las autoridades estén en razón inversa a la verosimilitud de los hechos; es decir, tanto más numerosas y acreditadas   cuanto la verosimilitud sea menor.” Y más adelante agrega: “Los hechos clandestinos, aunque sean poco maravillosos, casi no merecen ser creídos”. No así los hechos públicos que cuentan con el reconocimiento de mucha gente”.

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 GCD habla de la autoridad religiosa, la cual se fundamenta en la fe y no acepta la crítica sino como pecado capital. Ilustra el fenómeno con un hecho curioso: la profetisa Gemaína Wilkinson , quien se creía la reencarnación de Jesús dijo sus seguidores que caminaría sobre el agua. Preguntó si todos le creían, y al comprobar que sí, entonces decidió que no era necesario hacer la demostración milagrosa.

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 La credulidad y la superstición en el continente americano arrancaron con el mismo Colón y los cronistas de Indias. Pero pensadores como Carlos Mariátegui, Manuel Díaz Rodríguez, y Mariano Picón Salas alertaron sobre la naturaleza religiosa, fanática y acrítica del cronista español interesado más en difundir sus creencias para dominar que en dilucidar objetivamente la nueva realidad americana. Sin embargo, historiadores como José de Oviedo y Baños cuando se refieren a algunos hechos fantásticos dejan al lector al posibilidad de discernir los de acuerdo a sus razonamientos.

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 Más tarde en Venezuela jugaron importante papel en la lucha contra la superchería la introducción de libros provenientes de Europa. Estas obras pertenecían a la pluma de los autores de la Enciclopedia. Fermín Toro habla de este tema y aprecia como muy positiva la influencia de los ilustrados franceses. Agrega además que “las únicas autoridades irrecusables son la verdad y la razón”. En esa misma línea se inscriben las palabras de Jesús María Portillo pronunciadas en 1883: “… En un siglo en que nadie tiene derecho a ser creído bajo su palabra de honor, ni a imponer sus opiniones con el dogmatismo de los pitagóricos, y quien sienta una proposición tiene que probarla.”

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Enrique Bernardo Núñez en 1961 afirmó : “…Esencial en la historia es el discernimiento . De nada vale la documentación más voluminosa si se carece de él. A veces una palabra basta para dar origen a equívocos, falsas suposiciones o levantar edificios con bases falsas…” . En 1963 continuó sus pensamientos en el sentido trazado antes: “Las nuevas generaciones deben estar dotadas de un espíritu crítico siempre alerta para comprenderla (a la historia)”.

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 Luego de evocar muchos ejemplos en donde se manifiesta la lucha entre la verdad histórica y la superstición junto a la credulidad, Germán           Carrera Damas propone tres procedimientos básicos para aplicarlos a la crítica historiográfica y la crítica histórica: la crítica externa, la crítica interna y la crítica estructural. Además, sugiere nueve prevenciones para orientar el espíritu crítico:

Primera prevención: A la obra no historiográfica le está permitido lo que le estaría vedado a la obra histórica, por cuanto la primera podría estar llena de parajes subjetivos permitidos.

Segunda prevención: Saber que el historiador puede tener un compromiso por lo tanto en su obra historiográfica pudiera enjuiciar al presente.

Tercera prevención: El crítico debe evitar el influjo de la autoridad respetable del pasado y las instancias morales.

Cuarta prevención: El crítico debe recurrir a la cautela a la hora de sopesar una posibilidad histórica más allá del sentido común.

Quinta prevención: El crítico debe considerar las posibilidades del oficio y tener en cuenta las condiciones limitantes.

Sexta prevención: El historiador debe evitar la búsqueda de hechos historiables, es decir , debe evitar la cacería de un hecho minúsculo para vanagloriarse de su descubrimiento porque esta búsqueda puede ofuscar su objetividad.

Séptima prevención: No se deben combinar los métodos historiográficos y literarios. Cada uno debe seguir sus propios derroteros.

Octava prevención: Recurrir a la cita precisa, no evitarlas y , por el contrario, usarla para reforzar nuestros razonamiento.

Novena prevención: El historiador debe prepararse anímicamente porque el trabajo de investigar, escribir y revisar es duro y las fuerzas espirituales a veces pueden fallar.

 

 

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